Andrianampoinimerina, el rey de Madagascar que construía diques (y solidaridad) – PARTE 2
Tumbas, casas y… banquetes
El rey quería que los momentos importantes de la vida —como los funerales o la construcción de una casa— fueran también ocasiones de fiesta compartida.
Todos, ricos y pobres, debían participar: ayudar, cocinar juntos, llorar juntos, construir juntos.
¿Y después del deber? ¡Llegaba el placer!
Los ricos podían incluso sacrificar algún buey más y montar una gran fiesta, pero con una condición: que nadie se quedara con el estómago vacío.
El rey como “mediador de justicia”
Nuestro soberano no toleraba los desequilibrios sociales. Decía:
“Mi mayor enemigo es el hambre. Cuando el estómago está vacío, el Estado entra en crisis: los fuertes oprimen a los débiles, y los débiles roban.”
Por eso se aseguraba de que los ricos redistribuyeran tierra, agua y recursos, para que también los más pobres pudieran trabajar y vivir con dignidad.
Quería mercados justos, en los que quien vendiera también contribuyera a la vitalidad del intercambio, por ejemplo repartiendo parte de las ganancias con los demás.
Un padre para todos
Andrianampoinimerina se veía a sí mismo como el jefe de la gran familia del Madagascar. No solo rey, sino también padre y madre del pueblo.
Construía diques, pero también relaciones. Ofrecía banquetes, pero también justicia.
Y todo ello no era un gesto simbólico: era el núcleo de su forma de gobernar.
¿La moraleja?
En una sociedad en la que el Estado podía volverse distante y opresivo, él eligió el camino contrario: involucrar, unir, proteger.
Trabajo, alimento, fiesta, parentesco, justicia. Todo debía pasar por la comunidad, la reciprocidad y la solidaridad.
En resumen, un rey con los pies en la tierra, pero con la visión de un gigante.
Y quizá hoy, mientras corremos detrás de beneficios y algoritmos, no nos vendría mal aprender alguna lección del Madagascar de Andrianampoinimerina.